Reivindicamos el uso de todos los espacios y la autogestión de los nuestros propios.
Las restricciones legales en cuanto al uso de espacios públicos se han ido diluyendo con las nuevas normas y leyes (algunas de nosotras nacimos con ese “privilegio”, otras tantas han vivido esa “evolución” y otras muchas murieron sin conocerlo) pero culturalmente, el espacio privado y el sostenimiento de la vida sigue siendo femenino. La división sexual del trabajo fuera y dentro del hogar existe.
Las labores domésticas y de cuidado son “cosas” de mujeres. La cocina sigue siendo competencia femenina (excepto si goza de reconocimiento económico y público, que es masculina) y todavía hoy, se sigue usando a modo de insulto para dejarnos claro “cuál es nuestro lugar en el mundo”.
Pero cuando se juntaban varias mujeres, era el lugar donde se relacionaban, hablaban, “conspiraban”. Un lugar seguro y tranquilo donde sabían que ningún hombre iba a entrar ni desautorizar. En la cocina se realizaban rituales, reconocíamos a nuestras iguales y su sabiduría y era el lugar hacían lo que en la calle se les prohibía. Bebían, fumaban y se desahogaban sin temor, para sorpresa y confort de las que éramos pequeñas.
Por eso, y tras compartir muchos recuerdos y dar a conocer a las mujeres de nuestra familia, hemos querido visibilizar un ritual que casi todas compartimos en nuestra memoria, el día en el que se hacían los pestiños.
Ese mini-espacio que se convertía en una comuna donde diferentes generaciones de mujeres que al menos una vez y con la excusa de las fiestas de diciembre, trasgredían las normas y expectativas que acataban durante el resto del año. Era una ocasión para disfrutar, al menos una vez, de una habitación propia-compartida donde la complicidad, el reconocimiento y sobre todo las risas formaban parte del ritual.
Ya lo dice la consigna, lo único que necesitas para iniciar una revolución feminista es una amiga.
» Agradecida y emocionada, solamente puedo decir, ¡¡Gracias por Venir!!»