Mamá, actúa, hazlo por nosotros, protégenos.
Mamá, actúa, hazlo por nosotros, no permitas que veamos como te maltratan.
Mamá, actúa, hazlo por nosotros, no permitas que nos maltraten.
Mamá, actúa, hazlo por nosotros, DENUNCIA.
Y confía. Confía en que todo saldrá bien, en que serás escuchada y protegida, y también nosotros.
Hoy Juana Rivas no ha soportado más la presión que la “Justicia” ejercía sobre ella y sobre las personas que trataban de protegerla y asesorarla y ha entregado a esos hijos que le pedían que actuara y que tuviera tolerancia cero hacia el maltratador.
Suponemos que lo hace para rearmarse, para volver a encarar con fortaleza a esa justicia que la tiene como prófuga, por haber protegido a sus hijos y a sí misma. Pero a la vez imaginamos la profunda tristeza, rabia e impotencia que tuvo que sentir a la hora de explicarlo a sus hijos y de dejarlos con el hombre que la maltrataba, imaginamos como se debe sentir ahora, y mañana, y pasado…
Esperemos que Juana no ponga la televisión, abra una revista o pase por delante de una marquesina donde se informe con una insistencia obsesiva y, a la vista está, completamente falsa que “no está sola”, que “hay salida a la Violencia de Género” y, sobre todo “Denuncia”. Porque ella hizo caso, confió, vio que no estaba sola y que había salida, actuó. Y ahora es una prófuga que ha tenido que dejar a sus hijos con el hombre que le quitaba la vida poco a poco. A ella y a sus hijos.
Esperemos que todas las Juanas que existen ahora mismo en España tampoco enciendan la televisión ni abran la prensa, ni Twitter, ni Facebook, que no enciendan nada, que se desconecten de todo. Porque si no, el único pensamiento que tendrán al acostarse junto a su maltratador es que no hay esperanza. Y si la hay. Siempre.