En el día de ayer se aprobó en el Parlamento Andaluz la “nueva” ley que se proclama como pionera en la lucha por la igualdad en el contexto del estado español y que introduce nuevas medidas que dotan a la administración autonómica de más poder para la lucha contra la desigualdad.
Desde Kódigo Malva vemos esta ley como un fracaso en primer lugar porque la aprobación de esta ley no nace del consenso. Un consenso que demostraría a la ciudadanía que nuestrxs políticxs asumen que luchar contra las violencias hacia las mujeres nace de un interés común y es una responsabilidad compartida, no fruto del oportunismo y la propaganda electoralista.
Si bien es verdad que en la mayoría de las ocasiones la ley refleja el cambio de mentalidad de una sociedad, en ocasiones se hace necesaria cambiar la ley para que se cambien mentalidades. Pero esta ley no nace con este interés, simplemente porque para ello primero la igualdad -desde todos sus enfoques- hay que creérsela, integrarla y actuar en consecuencia. Si cada vez que asesinan a una mujer lxs resposables dejasen de adueñarse del dolor ajeno despojándola de humanidad, actuarían con el pleno convencimiento de que los asesinatos son el exponente máximo del fracaso de estas mismas políticas que pretenden vendernos como la pócima mágica que acabaría con la primera causa de muerte de las mujeres en el mundo.
En segundo lugar, y como es habitual por nuestrxs gobernantes, porque a reforma de esta ley no parte de la evaluación de la anterior y de la autocrítica con la intención de mejorar.
Llevamos 11 años estudiando y conociendo las distintas medidas de esta ley, sobre todo las referentes a la prevención y, oh, ¡SORPRESA! no han sido efectivas y hablamos con conocimiento de causa, sobre todo en el ámbito educativo y laboral. En la actualidad han sido sustituidas o ampliadas por otras que no son más que el resultado de un conjunto de palabrerías inteligibles de nuevo plasmadas en papeles -muy bonitos y muy caros, eso si- sin herramientas y acciones concretas que realmente apuesten por paliar los problemas diarios y la transformación social.
Y, por último y lo más sangrante, esta ley coarta la libertad de expresión. Obliga a permanecer bajo el paraguas del pensamiento único -ahora en el nombre del “buen” feminismo- a todas aquellas personas que hemos asimilado que la diversidad y la discordancia son parte de los feminismos.
Nos preguntamos si la misma contundencia van a tener a partir de ahora con todas aquellas empresas, colegas e instituciones públicas que sigan perpetuando los estereotipos de género, cosificando y explotando a las mujeres que con las voces disidentes que denunciamos los quienes y porqués y machacáis desde la moralina y la hipocresía.
Pero, sobre todo, y siendo lo más grave, porque esta ley impone a golpe de sanción económica y social lo que ni con discursos construidos ni argumentos sólidos habéis podido silenciar para mantener el statu quo, que en este mundo en el que el machismo muta para que nada cambie, lo que más miedo os da es que las mujeres hagamos con nuestros coños y nuestros cuerpos lo que queramos.