
Hoy no sólo nos convoca aquí y en todos los pueblos del estado español la emergencia, la parte más visible y cruel de las violencias machistas de esta semana. La que ayer nos confirmaba:
- El asesinato de Olivia, una de las niñas secuestradas por su padre en Tenerife junto a su hermana Anna, cuyo cuerpo todavía no ha aparecido.
- El asesinato machista de la menor Rocío Caíz, descuartizada por su ex pareja en Martín de la Jara (Sevilla) y de Elena Livigni, arrojada por un balcón en Ibiza.
- La noticia que hemos conocido hoy de que Juana Rivas entra en prisión de forma voluntaria, tras haber sido juzgada por intentar proteger a sus hijos de su padre, condenado por maltrato.
- O el juicio abierto de Irune Costumero, a la que los Servicios Sociales del Ayuntamiento de la Diputación de Vizcaya le retiraron la custodia de su hija aplicándole el Síndrome de Alienación Parental, un síndrome que no existe – desmentido por psiquiatras, forenses y organismos internacionales- y que es una herramienta más del sistema judicial patriarcal.
Hoy nos convoca aquí el dolor colectivo y nuestra repulsa a un sistema que nos violenta y nos mata porque puede. Los asesinatos de estas mujeres, entre ellas los de tres menores, junto a la sentencia de Juana Rivas o el caso de Irune Costumero no son más que la punta de un iceberg de muchas violencias; la violencia simbólica, la violencia económica, la psicológica, la ambiental, la vicaria…y sobre todo, la violencia institucional: aquella que es ejercida por instituciones que en muchas ocasiones se alían con quienes quieren ocultarlas para que se sigan perpetrando: porque nos quieren sumisas y con miedo. Instituciones que convierten a la mujer en un tema y no en una cuestión estructural que atraviesa cada rincón de nuestra mirada y nuestro sistema.
Unas instituciones y una justicia que, como castigo simbólico hacia las mujeres y, más concretamente hacia las feministas que somos quienes denunciamos constantemente estos hechos, ha condenado también en estos días a una compañera por manifestarse en defensa de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Todo ello, amparada en un Código Penal que coarta la libertad de expresión en su artículo 525 y que protege a quienes se sientan ofendidos en sus sentimientos religiosos pero no a quienes sufrimos la alianza histórica entre Iglesia-Estado y Patriarcado. A quienes no sólo somos ofendidas, sino violentadas cada día de nuestra existencia sin que eso parezca ofender a nadie.
Urge poner el acento en todas las violencias machistas porque estos hechos no son puntuales sino estructurales. Tampoco son realizados por enfermos mentales, ni monstruos, ni ningún otro calificativo. Estos hechos son la muestra de un modelo de masculinidad hegemónica que es violencia y asesina cada día; un modelo de masculinidad hegemónica que camina a sus anchas en conversaciones y grupos de whatsapp donde los machistas siguen hablando de nosotras de manera diferente a como hablan delante de nosotras. A veces ni eso. Machos al que este sistema les permite desentenderse, no cuidar, no responsabilizarse, no tener miramientos, no mirarse en espejos que no sean los suyos. Ser y ocupar SIEMPRE el centro de todo desde el egocentrismo más exacerbado. Desde el individualismo que no tiene en cuenta a nadie.
Y, de otro lado, un sistema y unas creencias que permiten responsabilizar y señalar siempre a las mujeres de las agresiones y violencias a las que somos sometidas. Nosotras siempre somos las malas madres, las malas cuidadoras, las malas hijas, LAS MALAS…las hipervigiladas, cuestionadas, juzgadas por cualquier movimiento que hagamos.
Deshumanizadas a pesar de estar siempre presentes ante tanta ausencia y tanto abandono. Una violencia, la machista, que también comete infanticio y que no duda en instrumentalizar el cariño que las madres sienten por sus criaturas, el que los maltratadores parecen no sentir, para infligir la muerte a su descendencia e intentar que la madre tenga una muerte en vida. Nos gustaría usar otras palabras pero esta es la realidad en la que nos encontramos.
Hace tiempo que las feministas estamos organizadas y que sabemos que la respuesta se encuentra en la educación feminista y no en el castigo. Que son urgentes otros modelos de paternidad y masculinidades que nos acompañen en este vuelo, en este viaje hacia un mundo justo, diverso y equitativo. Menos punitivista.
Y sobre todo, sabemos que estas violencias lo que quieren es tenernos con miedo y calladas. Y por eso estamos aquí hoy, para decir alto y claro que los maltratadores no son, por sistema, ni buenas personas ni mucho menos buenos padres. Que si seguimos construyendo en base a su modelo identitario nos estamos cargando la vida en todas sus manifestaciones. Qué haremos del feminismo una telaraña enorme de acompañamiento y una alternativa vital a esta constante sentencia de muerte.
Que si tocan a una, respondemos todas.
Chiclana de la Frontera
11 de Junio de 2021